domingo, 29 de agosto de 2010

Big bang



Los tripulantes, obedientes las órdenes del capitán. Rítmicos a la hora de avanzar. Parecían todos iguales, anónimos en la inmensidad. Sus remos simples, poderosos ayudaban a las velas a abrir el mar. El timón, un instrumento de la escuela de estrellas buscaba algún lugar, algún tesoro escondido, algún puerto virgen para imaginar. De repente un arco iris luminoso, colorido como una pradera en primavera se comenzó a divisar y en el final de su arco la idea aprendida de un tesoro había de llegar. Era hora de virar, el objetivo nuevo, sublime, maravilloso dejaba todo que esperar. Pasaron horas de navegar hasta que apareció un pequeño punto, punto del tesoro y de los sueños de alta mar. Al acercarse se divisaba un muelle, uno muy pequeño flotando en la inmensidad, sin tierra, sin islas solo un muelle perdido en la mar, se navegó un poco más hasta llegar, pararon los remos, cayeron las velas, el capitán primero habría de bajar. Caminó unos metros y no encontró a nadie, solo un espejo del tamaño de su cuerpo, madera, soledad, cielo y mar. Se proyectaba su imagen y el barco detrás, nada más. Examinó cuidadosamente el aparejo sin poder ver nada en especial. Cuando, desilusionado, se dio cuenta que no había más que mirar decidió volver a la nave que había dejado atrás. Para su sorpresa no encontró a nadie, todo estaba desierto, se habían ido todos, solo quedaba la nave y el capitán. Desesperado, tomó un bote, lo lanzó al agua y comenzó a remar. En ese instante, el espejo comenzó a tragarse las nubes, el cielo y lentamente el agua del mar. Cuanto más se alejaba de pequeño muelle más lo invadía las sensaciones de estupor y soledad. Y el capitán remaba y remaba sin saber qué hacer, dónde ir y que esperar. El agua del mar se había terminado y su bote encallo en una superficie blanca totalmente lisa, todo se había tornado blanco, blanco el cielo, blancas las nubes y ahora blanco el fondo del mar. El horizonte había desaparecido y no había punto alguno de referencia. El capitán estaba irremediablemente perdido. Entonces comenzó a caminar, hacia ningún lugar, no había dónde ir , solo se podía caminar. y caminó días quizás horas o quizás meses hasta que de repente otro pequeño punto logro divisar, corrió rápidamente hacia él y encontró un cofre, solo, abandonado y sin cerrojos. Lo miró detenidamente y pensó…¿de que me sirve ahora este tesoro si ya nada me queda, nada hay, todo se ha perdido en ese maldito espejo!!!. Se sentó a su lado y lo miraba atentamente al mismo tiempo que lo invadía una terrible sensación de frío y soledad. Fue entonces cuando el capitán, un hombre fuerte endurecido y curtido por una vida dura como la tienen esos hombre valientes que se hacen a la mar comenzó a llorar y se dio cuenta que ahora no habría más reflejos de si mismo en ningún espejo ya que él se había convertido en infernal aparejo, la imagen de aquel viejo cofre era su propia imagen, él era el mismo cofre. Tomando coraje, desafiando su locura y sus últimos segundos de humanidad, dejó de pensar y lo abrió por fin, y para su sorpresa encontró solamente unos cuantos frascos que contenían agua, otro aire, otro tierra, nada más….Tomó los frascos uno por uno para examinarlos, no había nada en especial en ellos pero el capitán sabía que dentro de ellos se encontraría una parte suya y su propio ser sin embargo no entendía. Sin saber más que hacer el capitán, lejos de su tiempo y fuera de su espacio dejó de llorar tomó un frasco y lo lanzó con furia a ningún punto la inmensidad. Mientras contemplaba ese tesoro maldito que lo duplicaba y reflejaba la realidad más terrible que puede tener un hombre que es sentirse perdido en un laberinto de espejos, un laberinto de infinita soledad.
Y tiró los frascos, uno por uno, recuerdo por recuerdo, uno por uno, lágrima por lágrima, uno por uno, deseo por deseo.

A los siete días había creado la tierra los mares y los cielos



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